En la frontera de El Paso, donde las campanas de la catedral compiten con el bullicio de los albergues, la elección de León XIV cayó como un respiro entre quienes asisten a los recién llegados. Allí, activistas y fieles lo describen como un pastor con “corazón de tierra adentro”, convencidos de que el sucesor de Francisco mantendrá vivas las banderas de la hospitalidad y la justicia.
Según la agencia EFE, los primeros gestos del nuevo pontífice antiguo cardenal Robert Prevost, misionero en el Perú profundo y ahora primer papa nacido en EE. UU. confirman su sintonía con la causa migrante. Su última publicación en X, reproducida antes de entrar al cónclave, cuestionaba un acuerdo de Washington con El Salvador que envía deportados a una prisión de máxima seguridad.
Ese historial digital no es casual. Reportes de The Guardian y Newsweek subrayan cómo Leo XIV ha criticado en público la retórica que pinta al migrante como amenaza. Incluso ha replicado mensajes que fustigan al vicepresidente JD Vance católico como él por “justificar con dogmas políticas que deshumanizan”.
La línea continúa la senda de Francisco, quien tachó de “vergüenza” el plan de deportaciones masivas anunciado por Donald Trump a su regreso a la Casa Blanca. Antes de morir, el papa argentino escribió a los obispos de Estados Unidos alentándolos a “defender la dignidad por encima de las fronteras”. El nuevo pontífice parece tomar la antorcha sin titubeos.
Mientras tanto, en Texas, la batalla legal que amenaza con cerrar la red de refugios Annunciation House acusada por el fiscal Ken Paxton de “facilitar la migración ilegal” simboliza la tensión entre fe y poder estatal. El propio director, Rubén García, celebra que León XIV “no se quedará callado” ante presiones que pretenden trocar compasión por delitos.
Los números ponen la urgencia en blanco y negro apenas en enero, más de cuatro mil migrantes fueron expulsados en una sola semana y devueltos a México, según Vatican News. Con los albergues saturados y los tribunales texanos discutiendo si la caridad es delito, la voz papal adquiere peso geopolítico.
Políticamente, la nacionalidad estadounidense del pontífice es un cuchillo de doble filo. Para la Casa Blanca, la fe compartida no garantiza aplausos. Pero para organizaciones como Caridades Católicas, su pasaporte podría abrir un canal directo de diálogo y, quizá, recordar a Washington que la doctrina social no se negocia en mítines sino en la calle polvorienta donde el indocumentado busca agua.
León XIV hereda, además, la compleja tarea de recomponer puentes con un movimiento conservador que lo acusa ya de “marxista disfrazado de sotana”. Su apuesta, indica su entorno, será insistir en que el Evangelio no distingue entre pasaporte azul o visa vencida.
Si el nuevo papa logrará frenar muros o deportaciones es una incógnita. Pero en la parroquia de San Patricio a escasos metros del Río Grande ronda la certeza de que, al menos por ahora, alguien en Roma habla el lenguaje de quienes duermen a la intemperie. Y eso, dicen los feligreses con una sonrisa cansada, “ya es un milagrito pa’ empezar”.