En una basílica de San Pedro repleta y expectante, el papa León XIV impuso este sábado las manos sobre once nuevos presbíteros y soltó un mensaje sin rodeos la Iglesia tiene que volver a ganarse la confianza de la gente, “no persiguiendo poder, sino sirviendo a hombres y mujeres de carne y hueso”.
Según la agencia EFE, el pontífice primer estadounidense en la historia retomó personalmente la ceremonia, que durante los últimos años presidía el cardenal vicario de Roma. Al mirar a los recién ordenados, les recalcó que “no hace falta ser perfectos, pero sí creíbles”, y les pidió alejarse del “autoreferencialismo que apaga el fuego pastoral”.
El paso al frente del nuevo papa no se da en el vacío. Entre los pendientes que heredó de Francisco destacan el agujero financiero del Vaticano, una sangría de fieles en Europa solo en Alemania abandonaron la Iglesia más de 321 000 católicos en 2024 y tensiones doctrinales sobre el papel de las mujeres o la acogida a la comunidad LGBT.
A esa compleja mochila se suma la curva descendente de vocaciones el Anuario Pontificio 2025 confirma que los sacerdotes en el mundo bajaron a 407 730, con América y Europa perdiendo clero mientras África y Asia sostienen el crecimiento. El golpe se nota también en la percepción pública: una encuesta Gallup de 2024 reveló que menos de un tercio de los estadounidenses considera a los pastores “altamente honestos y éticos”, el punto más bajo desde que se mide la serie.
Con este telón de fondo, el simbolismo de ver a los once neosacerdotes tendidos boca abajo frente al altar petrino cobra otra dimensión es un recordatorio de que la autoridad eclesial nace o muere en la calle, no entre mármoles. La tarea que León XIV les encomienda implica acercarse a los que se sienten heridos por los escándalos, las brechas de confianza y la desigualdad; una hoja de ruta que, de entrada, suena más a zapatillas gastadas que a tronos dorados.
El reto es mayúsculo, pero los nuevos presbíteros arrancan con una ventaja saben exactamente cuál es el termómetro del papa. Levantar la credibilidad no se logrará a base de discursos brillantes, sino de acompañar al migrante, al trabajador que se queda sin empleo y a la víctima que aún espera justicia. Si su ordenación marca el inicio de ese giro práctico, quizás la brecha entre la Iglesia y la sociedad empiece a cerrarse un poquito desde hoy.








