La noticia cayó como una brisita fría en pleno Caribe José “Pepe” Mujica, el carismático expresidente de Uruguay que tantos titulares provocó con su austeridad legendaria, atraviesa la fase terminal de un cáncer de esófago a sus 89 años. Desde su chacra en Rincón del Cerro, a las afueras de Montevideo, el viejo guerrillero devenido estadista recibe cuidados paliativos que buscan aplacar el dolor sin someterlo a más tratamientos agresivos. Quienes lo visitan cuentan que, entre mate y silencio, sigue tirando frases cortas y certeras, fiel a su estilo campechano.
Según comentó su esposa y exvicepresidenta Lucía Topolansky a la emisora Sarandí, la prioridad de la familia es “garantizarle calidad de vida en este último pasaje”. La decisión de abandonar la terapia convencional se tomó en enero, cuando los médicos confirmaron la metástasis hepática y él mismo sentenció “Mi cuerpo no aguanta más”. Para un hombre que pasó casi 13 años en prisión durante la dictadura y después condujo el país entre 2010 y 2015, plantarse ante la muerte con sencillez parece coherente con la película de su vida.
Médicamente hablando, el pronóstico es implacable. Datos de la Organización Mundial de la Salud indican que el cáncer de esófago figura entre los cinco de peor sobrevida la tasa a cinco años ronda el 10 %. En un organismo que arrastra vasculitis, insuficiencia renal y una enfermedad autoinmune de vieja data, la carga terapéutica resulta, en buen dominicano, “mucha candela pa’ ese cuerpo”. Por eso el equipo médico optó por cuidados paliativos: analgesia, control de síntomas y acompañamiento psicológico, la tríada que recomienda la Asociación Internacional de Hospicios y Medicina Paliativa.
El retiro forzoso de Mujica reabre el debate sobre el rol simbólico de los expresidentes sudamericanos. Para politólogos de la Universidad de la República, su figura actúa como “conciencia crítica” en un contexto regional donde el descreimiento en la política sigue alto. Desde República Dominicana hasta Chile, las encuestas de Latinobarómetro muestran que solo un 35 % de los latinoamericanos confía en los partidos. Que Mujica, ícono de la modestia, se despida sin lujos refuerza el contraste con líderes que se aferran al poder o terminan salpicados por escándalos.
Su herencia también es tangible: durante su mandato, Uruguay legalizó el matrimonio igualitario, reguló la marihuana y redujo la pobreza de 32 % a 9 %, según cifras oficiales. Aunque sectores conservadores criticaron el avance de la agenda social, el impacto económico de sus políticas se sigue estudiando en facultades de economía desde Santo Domingo hasta Buenos Aires. El Banco Mundial, por ejemplo, destaca el caso uruguayo como modelo de diversificación productiva en economías pequeñas.
En lo personal, “Pepe” jamás abandonó la chacra donde cultiva flores para vender en ferias barriales. Esa coherencia ha calado hondo entre la gente joven un sondeo de Opción Consultores revela que el 68 % de los uruguayos de 18 a 29 años lo consideran el político más honesto del país. Para una región golpeada por la percepción de corrupción, esa cifra es casi una rareza.
Mientras tanto, Montevideo se prepara para rendirle honores cuando llegue el desenlace. El Frente Amplio, coalición que él ayudó a forjar, ya discute un homenaje de Estado con toque popular: caravana de antorchas desde la Plaza Independencia hasta el Palacio Legislativo, tal como se hizo cuando falleció el escritor Mario Benedetti. En redes sociales, las etiquetas #HastaSiemprePepe y #PepeMujica suman miles de mensajes de agradecimiento, uniendo voces de todo el espectro político.
La despedida inminente de Mujica invita a reflexionar sobre la política entendida como servicio y no como privilegio. Su opción por el alivio del dolor, antes que el encarnizamiento terapéutico, es otra lección de coherencia: saber retirarse a tiempo, incluso de la vida. Y aunque el hombre se apague, el mito campesino que hablaba de “vivir con lo justo” seguirá rondando la región como un recordatorio de que se puede gobernar sin pompa, con los pies en la tierra y la mirada puesta en la gente común.