En la mismísima fachada del Palacio Apostólico, una proyección nocturna con letras gigantes recordó al nuevo pontífice que tiene sobre la mesa casi 200 000 firmas. Son la voz de los fieles y de muchos no creyentes que respaldan la petición de Personas por el Trato Ético de los Animales (PETA) para que la Iglesia Católica rompa definitivamente con las corridas de toros, una tradición que cada temporada acaba con la vida de decenas de miles de astados.
La organización argumenta que la práctica no solo implica un sufrimiento prolongado para los animales picadores que hunden lanzas en el lomo, banderilleros que clavan arpones y un matador que remata con estoque y puntilla, sino que contradice el principio de dignidad hacia todas las criaturas proclamado en la encíclica Laudato Si’. Francisco fue el primer papa en citar explícitamente esa obligación moral; ahora el relevo recae en León XIV, cuyo silencio podría interpretarse como retroceso doctrinal.
Un legado papal que pesa
La Iglesia ya tiene precedentes. En 1567, Pío V calificó las corridas como «espectáculos crueles y viles del demonio» y las prohibió motu proprio. Cinco siglos después, PETA volvió a la carga el pasado diciembre activistas se arrodillaron ante el papamóvil con carteles que rezaban «Bullfighting is a sin», incidente que terminó con varias detenciones y mantuvo el tema en la agenda vaticana.
La cifra que incomoda
Las estadísticas refuerzan la dimensión del reclamo. Organizaciones internacionales calculan que cada año se sacrifican alrededor de 180 000 toros en ruedos de España, Francia, Portugal y América Latina. Pero la brutalidad no es exclusiva de los animales: un estudio retrospectivo publicado en Nature documentó 1 239 lesiones humanas por asta entre 2012 y 2019, muchas de ellas mortales o con secuelas permanentes.
Tendencia global contra la sangre
Los gobiernos también sienten la presión. Este mismo año, la Ciudad de México votó a favor de reemplazar las corridas tradicionales por espectáculos “sin muerte”, un modelo que aunque sigue generando controversia marca un giro regulatorio en uno de los bastiones históricos de la tauromaquia. En España, donde la lidia se ampara en la categoría de patrimonio cultural, crece la discusión sobre la viabilidad económica de un sector que se sostiene cada vez más por subsidios regionales y lobby político.
¿Qué hará León XIV?
La decisión del papa no es solo simbólica puede influir en diócesis de América Latina donde se bendicen corridas antes de cada feria patronal. Un pronunciamiento claro pondría en aprietos a políticos y empresarios taurinos que han utilizado el aval eclesiástico o al menos su ausencia de condena como argumento de legitimidad moral.
Del lado contrario, los defensores de la fiesta brava insisten en el «valor cultural» y en la generación de empleos. Sin embargo, hasta ellos admiten que la tauromaquia vive un declive demográfico la asistencia juvenil cae en picado y el público envejece. Ese vacío generacional es el que PETA pretende sellar con un mensaje contundente desde el Vaticano.
Más allá de la firma
En última instancia, el debate trasciende el ruedo. El papa León XIV enfrenta su primera prueba ética de alcance global optar entre la tradición que algunos consideran arte y la exigencia de coherencia con la propia doctrina ecológica de la Iglesia. Si acoge la petición, se alineará con la ya imparable sensibilidad animalista del siglo XXI; si calla, corre el riesgo de que la historia le pase factura, como ha sucedido con otras prácticas que un día gozaron de respaldo social y hoy resultan impensables.
Por ahora, las 200 000 firmas siguen iluminando los muros vaticanos. Y en cada resplandor late una pregunta que el mundo católico y los toros esperan que el pontífice responda.