El Ministerio de Cultura encendió la conversación al lanzar la iniciativa “Poder de las Buenas Palabras”, un proyecto que invita a bajar el tono abusivo y violento que se ha colado en los medios, las redes y hasta en el patio de la casa. La meta es sencilla pero ambiciosa que la chispa de la popularidad no justifique la falta de respeto en la forma de hablar.
Durante una entrevista dominical en el programa D’AGENDA, el ministro Roberto Ángel Salcedo explicó que la propuesta no se limita a los set de televisión. Su alcance incluye la relación entre padres e hijos, las aulas de escuelas y universidades, y los entornos de trabajo, con la idea de sembrar un nuevo estándar de cortesía cotidiana.
El plan se articula en dos frentes sensibilización pública charlas, campañas y talleres y un diálogo abierto con comunicadores, artistas y creadores de contenido. El ministro sostiene que no se trata de censura, sino de recuperar el valor social de las palabras para sanar grietas y fomentar la empatía colectiva.
Las cifras respaldan ese llamado. Un informe reciente de la Oficina del Cirujano General de EE. UU. advierte que la exposición constante a lenguaje hostil en redes puede empeorar ansiedad y depresión entre adolescentes, mientras la OMS recuerda que uno de cada seis jóvenes enfrenta trastornos mentales y que la violencia verbal eleva ese riesgo. El eco de esta preocupación también retumba fuera del país el recién elegido Papa Leo XIV ha subrayado que “la palabra construye o destruye” y acaba de bendecir a ciclistas del Giro d’Italia recordando el poder sanador del lenguaje en tiempos de división.
Ahora bien, para que la iniciativa no quede en discurso, Cultura plantea una mesa de trabajo con medios tradicionales, plataformas digitales y el sistema educativo. Entre las propuestas figuran lineamientos de buenas prácticas para creadores de contenido, incentivos a producciones que modelen lenguaje respetuoso y programas de alfabetización digital que enseñen a detectar y desactivar discursos de odio.
Si cuaja este esfuerzo, el país podría dar un salto cualitativo en su conversación pública menos morbo y más diálogo, menos grito y más escucha. En tiempos donde un tuit mal puesto incendia la pradera, apostar por buenas palabras no es un lujo moral, sino un seguro colectivo para la convivencia dominicana.