La madrugada del martes volvió a sacudirse la calma en el estrecho de Kerch. A las 4:44 a. m., una explosión submarina retumbó en uno de los pilares del puente que conecta la península de Crimea con la Rusia continental, según confirmó el Servicio de Seguridad de Ucrania (SBU). La inteligencia ucraniana dice haber colocado 1,100 kg de explosivos tras meses de preparación, buscando golpear un símbolo vital para la logística militar rusa.
Según la agencia EFE, el portavoz del Kremlin, Dmitri Peskov, reconoció la detonación pero aseguró que “el puente funciona” y que la estructura no sufrió daños en sus cimientos. Moscú, dice, ha reforzado las “precauciones adecuadas” ante lo que califica de ataques contra infraestructura civil.
Las versiones de cada bando no podrían ser más distintas. Mientras Peskov restó importancia al impacto y acusó a Kiev de “terrorismo”, reportes independientes como los de Meduza y The Moscow Times recogen que el tránsito fue cerrado dos veces el lunes y que equipos de ingenieros siguen evaluando posibles fisuras en la base del viaducto.
Desde Kiev, el SBU filtró un video que muestra la onda expansiva bajo el agua, defendiendo la operación como “legítima” porque el puente “alimenta la ocupación” rusa en el sur de Ucrania. Analistas militares consultados por Reuters señalan que, aun sin colapsar, cada golpe acelera la fatiga de la estructura y obliga a desviar recurso militar a reparaciones.
Este es el tercer zarpazo al puente desde 2022, cuando un camión bomba destruyó parte de la plataforma de carreteras y forzó meses de trabajos de emergencia. En 2023, drones navales dañaron una sección ferroviaria. Cada episodio, aparte del valor propagandístico, encarece el costo de la guerra para Moscú y convierte la travesía de 19 km la más larga de Europa en un dolor de cabeza logístico.
Más allá del cemento y el acero, el puente es un termómetro político para el Kremlin simboliza la anexión de 2014; para Ucrania, es el recordatorio de un territorio que consideran suyo. El choque de narrativas quedó claro en las horas posteriores. Medios prorrusos mostraron autos cruzando con normalidad, mientras medios ucranianos celebraban “daños estructurales severos”. La verdad se libra, como siempre, en la niebla informativa de la guerra.
A corto plazo, la pregunta clave es si Moscú trasladará más defensas antibuque al estrecho restando cobertura a la costa del Mar Negro o si optará por represalias contra infraestructuras ucranianas lejos del frente. Lo que está claro es que, por tercera vez, un golpe quirúrgico ha puesto en jaque la narrativa rusa de control absoluto sobre Crimea y, de paso, ha recordado al mundo que la batalla por el puente continúa, tanto en el mar como en la esfera mediática.