Una tarde común de labranza terminó en tragedia esta semana cuando un rayo fulminó a quince trabajadores agrícolas que se guarecían bajo una choza de paja en Awuluic, una aldea del estado de Bahr al Gazal del Norte, al noroeste de Sudán del Sur. Según testigos, el estruendo eléctrico cayó a eso de las cuatro de la tarde y dejó a la comunidad paralizada por el shock y el dolor.
Tal como informa la agencia EFE, el jefe local Dut Bak describió la escena como “un incidente terrible que tomó a la comunidad por sorpresa”. El líder comunitario junto al administrador del payam (división administrativa) de Awuluic, Simon Dut Lual pidió ayuda urgente para las familias de las víctimas, enterradas a toda prisa en una fosa común ante la falta de recursos para funerales individuales.
Aunque los aguaceros y las crecidas son parte del calendario agrícola en el norte sursudanés, las muertes masivas por impactos de rayo siguen siendo raras. Sin embargo, la línea que separa lo insólito de lo recurrente parece difuminarse el pasado 1 de mayo otro rayo mató a siete personas en la misma zona de Aweil, episodio igualmente registrado por la prensa local. Los agricultores coinciden en que las primeras lluvias de la temporada llegan cada año con mayor irregularidad e intensidad.
El peligro eléctrico, en números
Para poner el drama en perspectiva, basta mirar las estadísticas en Estados Unidos, país con sistemas de alerta avanzados, los rayos causan unas 20 muertes anuales. Las probabilidades de que una persona sea alcanzada en toda su vida rondan 1 entre 18 864 . En regiones rurales de África subsahariana, donde trabajar a cielo abierto es la norma y los refugios con pararrayos son escasos, los riesgos se multiplican aunque los recuentos oficiales sean fragmentarios.
¿Más rayos con el cambio climático?
La ciencia aún debate cuánto crecerá la actividad eléctrica a medida que aumenten las temperaturas. Un estudio de 2025 publicado en Science Advances estima que la frecuencia global de rayos podría incrementarse 1,6 % por cada grado Celsius adicional, con “puntos calientes” en Kenia y Uganda, vecinos de Sudán del Sur. Otras simulaciones enfocadas en el continente como la del University of Leeds sugieren que el aumento total sería modesto, aunque con descargas más intensas los días de tormenta. Esa discordancia subraya la urgencia de mejorar los sistemas de monitoreo locales.
Un campo a merced del cielo
La agricultura en Bahr al Gazal depende casi por completo de la lluvia estacional; los cultivos de sorgo, sésamo o arroz arrancan apenas “el cielo da permiso”. La escena del martes hortelanos corriendo a un rancho de hojas porque la tormenta se les vino encima ilustra la vulnerabilidad estructural: sin cobertizos seguros cerca de las parcelas ni programas de sensibilización sobre descargas eléctricas, cada nube oscura se vuelve una ruleta rusa.
¿Qué se puede hacer?
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Alerta temprana comunitaria. Radios de onda corta y mensajes por celular con pronósticos específicos para los condados agrícolas reducirían el tiempo de exposición.
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Refugios con pararrayos en las fincas. Pequeñas infraestructuras de bajo costo metal bien conectado a tierra y techos de lámina salvan vidas.
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Educación popular. Enseñar que los árboles solitarios y las chozas de paja atraen descargas evitaría el instinto natural de “meterse donde sea” cuando el trueno retumba.
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Integrar la variable climática en los planes agrícolas. Si las lluvias llegan más tarde y con tormentas más violentas, sembrar o cosechar antes de medio día puede ser la diferencia entre volver a casa o no.
Sudán del Sur carga con conflictos armados, crisis alimentarias y ahora un riesgo meteorológico cada vez más visible. Convertir la tragedia de Awuluic en punto de inflexión requerirá inversión pública y alianzas con agencias humanitarias, pero sobre todo escuchar a la gente del campo, que ya entendió a golpe de trueno que el cielo también es parte de la agenda de seguridad.