Un tropiezo de casi diez por ciento en menos de cuatro meses tiene a los mercados con la ceja en alto: el dólar, amo y señor de las transacciones internacionales desde mediados del siglo XX, perdió brillo justo cuando la Casa Blanca arrecia su cruzada arancelaria. La volatilidad no es extraña en el mercado cambiario, pero esta vez muchos operadores huelen algo más que simples ajustes de portafolio.
Según AP, la caída del billete verde frente a una cesta de monedas rivales lo llevó a niveles que no se veían desde 2022. Y eso ocurre justo cuando Washington más necesita la confianza de los tenedores de deuda para financiar un déficit federal que ya ronda 120 % del PIB, de acuerdo con datos del Fondo Monetario Internacional.
De privilegio a interrogante
La fortaleza del dólar ha sido la piedra angular de la influencia económica estadounidense: abarata el crédito, respalda su gasto militar y facilita sanciones como las impuestas a Irán o Venezuela. Pero, tal como advirtió el banco Deutsche Bank en una nota a clientes reseñada también por Capital Economics, ese “privilegio exorbitante” podría desvanecerse si la percepción de refugio seguro se resquebraja.
El problema no es solo el tamaño del déficit o la montaña de deuda; es la forma errática en que la administración de Donald Trump ha aplicado los aranceles. Los analistas comparan el Día de la Liberación (2 de abril) cuando se anunció la última ola de gravámenes con el fiasco británico de Suez en 1956, episodio que aceleró la caída de la libra esterlina como divisa de reserva. Aquella vez la libra sufrió un golpe mortal; hoy el dólar encara un desgaste que podría ser más lento, pero igual de corrosivo.
Competidores al acecho
China huele la sangre. En la última década, Pekín ha amarrado acuerdos para pagar soja brasileña, petróleo ruso o componentes surcoreanos en yuanes, mientras sobre la mesa late su proyecto de “Belt and Road” financiado en la misma moneda. El Banco de Pagos Internacionales calcula que el uso del yuan en pagos transfronterizos ya sobrepasa el cinco por ciento, cifra modesta, pero impensable hace quince años.
Al otro extremo, las criptomonedas buscan un espacio propio. Larry Fink, mandamás de BlackRock, recordó en su carta anual que déficits eternamente al alza podrían empujar a los inversionistas hacia activos digitales como bitcoin, un mercado todavía pequeño para destronar al dólar, pero cada vez más líquido y sofisticado.
Lo que le duele al bolsillo
Para el consumidor dominicano y para cualquiera que importe vino francés, celulares surcoreanos o autos japoneses, un dólar débil es sinónimo de precios más altos. Esa alza vendría por partida doble: primero, los aranceles encarecen directamente los bienes; segundo, la pérdida de valor de la divisa agrava la factura.
En casa, la historia tampoco pinta bonita. Menos apetito por deuda estadounidense equivale a tasas de interés más elevadas. Hipotecas, préstamos para vehículos y líneas de crédito corporativo terminarían pagando el pato si Washington tiene que ofrecer mayores rendimientos para colocar sus bonos.
¿Y ahora, qué?
Steve Ricchiuto, economista de Mizuho Financial, asegura que “Estados Unidos perderá el trono solo cuando haya quien se lo quite”, y por ahora ningún sistema financiero rival tiene la profundidad necesaria. Sin embargo, la confianza no se evapora en un día… hasta que, simplemente, sí lo hace.
Barry Eichengreen, historiador de la UC Berkeley, lo resume sin florituras “Tomó medio siglo forjar la primacía del dólar; basta un parpadeo mal dado para deshacerla”. El parpadeo podría ser la próxima amenaza a la Reserva Federal: Trump insiste en forzar recortes de tasas, pese al riesgo inflacionario, y hasta llegó a sugerir la destitución de Jerome Powell. Esa puja política es exactamente lo que inquieta a los grandes fondos soberanos de Asia y Medio Oriente, que aún sostienen el andamiaje del mercado de bonos del Tesoro.
El reto dominicano
Para la República Dominicana cuyas reservas y deuda externa se denominan mayoritariamente en dólares, cualquier sacudida prolongada supone un doble filo. Un dólar flojo abarata el servicio de deuda en moneda dura, pero presiona el precio de insumos importados y puede desalinear las expectativas inflacionarias. El Banco Central, ojo al Cristo, tendrá que hilar fino si el panorama global se complica.