El Kremlin le lanzó otro aguijonazo a su socio balcánico Moscú espera que Belgrado “corte de raíz” cualquier venta de municiones que termine en manos ucranianas, un reclamo que pone a prueba la ya frágil relación entre ambos aliados, en plena guerra y a las puertas de la campaña invernal.
Según despachos de EFE, la portavoz de la Cancillería rusa, María Zajárova, aplaudió que el presidente serbio Aleksandar Vučić anunciara una auditoría integral de todos los certificados de usuario final que acompañan las exportaciones bélicas serbias. La diplomática confía en que la pesquisa “permita detectar y cancelar a tiempo acuerdos dudosos” antes de que estallen en el frente.
El Servicio de Espionaje Exterior ruso (SVR) elevó la tensión el 29 de mayo al afirmar que “cientos de miles de proyectiles” y “millones de balas” de factura serbia llegaron a Kiev a través de intermediarios de la OTAN Polonia, Bulgaria y la República Checa fueron señalados con nombre y apellido, calificando la maniobra de “puñalada por la espalda”.
Belgrado lo niega rotundamente, pero el propio Vučić reconoce el riesgo reputacional: su industria militar da empleo directo a unas 24 000 personas y depende, en gran medida, de tecnología soviética compatible tanto con los estándares rusos como ucranianos. “Si no podemos vender a la UE ni a Estados Unidos, ¿a quién le vendemos?”, se preguntó el mandatario, consciente de que el sector generó más de 1 000 millones de euros en divisas el año pasado.
Más allá del cruce de acusaciones, el telón de fondo es el eterno juego de equilibrios de Serbia. Mientras Moscú acusa y presiona, Bruselas recuerda que las negociaciones de adhesión al bloque europeo exigen alinearse con la política exterior comunitaria, incluidas las sanciones a Rusia. Por si fuera poco, el contrato de gas de largo plazo con Gazprom expira en 2025 y Vučić ya insinuó que quiere renovarlo por una década, aferrándose a precios preferenciales que ninguna otra fuente energética le garantiza.
Analistas consultados por el Financial Times advierten que la arremetida del SVR busca “enderezar” a Belgrado antes de que se decida abiertamente por Occidente. Si la investigación serbia concluye que hubo triangulación ilícita y cancela los contratos implicados, Moscú apuntaría tanto una victoria simbólica como práctica, manteniendo flujo armado a raya y, de paso, enviando un mensaje a otros socios “dubitativos”.
Para Serbia, el resultado marcará la agenda de los próximos meses o refuerza su neutralidad militar de palabra y obra, o ratifica que la guerra en Ucrania hace imposible seguir con un pie en cada orilla. El informe final, prometen en Palacio, se conocerá “antes de que acabe el verano”. Mientras tanto, la munición vive detenida en la aduana y la diplomacia se consume a fuego lento.