Un vigoroso temblor de magnitud 6,4 estremeció este viernes las regiones de Atacama, Antofagasta y Coquimbo a las 13:15 hora local (17:15 GMT). El epicentro se localizó 54 km al sur de Diego de Almagro y a 76 km de profundidad, según el Servicio Geológico de Estados Unidos (USGS). La sacudida se sintió desde la pampa hasta la cordillera, pero no dejó víctimas ni generó alerta de tsunami.
Según la agencia EFE, la Oficina Nacional de Emergencia (Senapred) confirmó cortes de energía que afectaron a unas 23 000 personas y desprendimientos menores en laderas cercanas a rutas mineras. El subdirector de Gestión de Emergencias, Miguel Ortiz, explicó que las cuadrillas municipales ya trabajan para despejar caminos y revisar puentes.
Ortiz subrayó que “la infraestructura crítica respondió de acuerdo con los estándares antisísmicos”, una afirmación respaldada por los informes preliminares de la Superintendencia de Electricidad y Combustibles, que reportó solo fallas puntuales en subestaciones de Copiapó y Caldera.
Chile descansa sobre el cinturón de fuego del Pacífico, punto de fricción constante entre la placa de Nazca y la placa Sudamericana. Esa cicatriz tectónica provoca cientos de sismos cada año, aunque la mayoría son imperceptibles. En este caso, la profundidad intermedia del evento (más de 70 km) disipó parte de la energía antes de alcanzar la superficie, lo que explica la ausencia de daños severos.
La memoria sísmica del país es extensa en 2010 un terremoto 8,8 azotó Maule y Biobío, dejando 521 fallecidos y pérdidas millonarias; medio siglo antes, Valdivia registró el movimiento más poderoso del que se tiene registro moderno, 9,6 en la escala de Richter, con más de 1 600 víctimas. Ambas catástrofes impulsaron un robusto código de edificación que hoy, una vez más, demostró su eficacia.
Especialistas del Centro Sismológico Nacional destacan que la intensidad alcanzó grado VI en la escala de Mercalli en Copiapó y Vallenarsacudidas “fuertes” que mueven muebles, pero rara vez comprometen estructuras de hormigón armado. El ingeniero estructural Víctor Aguilar recuerda que “cada sismo es un simulacro en tiempo real” y advierte que la vigilancia no debe relajarse los movimientos intermedios, dice, alivian tensión, pero no descartan futuros eventos mayores.
Mientras las brigadas reponen el servicio eléctrico y evalúan quebradas, la Dirección de Hidrografía y Oceanografía (SHOA) mantiene monitoreo costero y descarta variaciones anómalas del nivel del mar. Para las comunidades mineras de Atacama y los puertos de Antofagasta y Coquimbo, la jornada termina con susto, pero sin luto una prueba más de que la cultura sísmica chilena, forjada a golpes de tierra, sigue siendo la primera línea de defensa.