El belga Jasper Philipsen convirtió la primera etapa del Tour de Francia en una exhibición de potencia y oficio remató el sprint en Lille, levantó los brazos y añadió un décimo triunfo a su palmarés personal en la ronda gala, estrenando de paso el codiciado maillot amarillo.
Según despachos de EFE, el corredor del Alpecin-Deceuninck se coló en el corte bueno cuando los abanicos partieron el pelotón y contó con un lanzamiento quirúrgico de su compañero Mathieu van der Poel, clave para rematar la faena.
La jornada, de 184,9 km, estuvo sazonada por ráfagas de viento que pusieron a prueba la sangre fría de los favoritos. El ritmo fue endiablado 47,5 km/h de media y provocó que nombres como Primož Roglič y Remco Evenepoel cedieran 39 segundos tras quedarse atrapados en un segundo grupo, mientras Jonas Vingegaard y Tadej Pogačar salvaron el día en la avanzadilla.
Philipsen no solo se enfundó el amarillo; también amaneció con el verde de la regularidad. Un botín doble que agiganta su figura y prolonga el idilio de Bélgica con los sprints del Tour. “El plan era simple sobrevivir al viento y confiar en Mathieu”, confesó el corredor tras la meta, todavía con la respiración entrecortada.
La lectura estratégica deja varias notas:
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Van der Poel mostró que su rol de lanzador está tan afilado como su instinto de caza.
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Movistar, con Enric Mas, se situó por delante de los damnificados y se ganó un respiro moral para la montaña.
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Los equipos de los damnificados deberán arriesgar antes de la contrarreloj de la semana entrante si no quieren lamentar estos segundos sueltos en París.
Para la afición dominicana que cada vez sigue más de cerca el ciclismo europeo gracias a las transmisiones digitales esta primera etapa sirve de recordatorio de que el Tour se decide tanto en las montañas como en los llanos azotados por el viento. Mañana se corre otra fracción nerviosa camino de Amiens terreno propicio para más abanicos y oportunidades de emboscada. Veremos si Philipsen sostiene el liderato o si algún velocista caribea la sorpresa.
La Grande Boucle apenas comienza y, como dicen en el barrio, aquí “to’ el mundo quiere su cuarto de gloria”; por ahora, ese cuarto es propiedad de Jasper Philipsen.
