El Palacio de Miraflores volvió a aplaudir el lunes. Desde su programa semanal, Nicolás Maduro sostuvo que la tregua arancelaria pactada por Washington y Pekín confirma que “la agresión comercial de Trump se topó con la realidad del gigante asiático”. El mandatario venezolano subrayó que, de no ceder, la economía estadounidense “se habría desabastecido”.
Tal como informó la agencia EFE, Maduro calificó el acuerdo de 90 días que reduce los gravámenes a 30 % para bienes chinos y 10 % para productos de EE. UU. como “un paso atrás obligado” de la Casa Blanca. Según el presidente, “el mundo solo avanza con diálogo y respeto”, un mensaje que buscó proyectar liderazgo regional mientras Caracas lidia con su propia crisis productiva.
La tregua incluye un mecanismo de consultas permanentes en Ginebra. Representantes de ambos gobiernos aseguraron que las conversaciones técnicas abarcarán subsidios, transferencia tecnológica y otras barreras no arancelarias. El secretario del Tesoro estadounidense, Scott Bessent, dijo que el objetivo es “evitar otra escalada caótica” de impuestos a las importaciones.
Para entender el trasfondo hay que retroceder a enero de 2020, cuando la “Fase 1” del acuerdo Trump-Xi recortó ciertos aranceles y obligó a China a comprar US$ 200 000 millones adicionales en bienes estadounidenses meta jamás alcanzada a causa de la pandemia y la fragilidad de los compromisos de supervisión. Cinco años después, el promedio de tarifas que EE. UU. aplica a los productos chinos sigue por encima de 120 %, una cifra 40 veces mayor que antes de la guerra comercial, según cálculos del Peterson Institute for International Economics.
Los negociadores regresaron a Suiza este fin de semana. El Tesoro norteamericano habló de “progresos sustanciales”, pero sin revelar detalles, mientras Reuters advierte que la mini-tregua difícilmente reactive las compras chinas de energía estadounidense, frenadas desde febrero pasado. Pekín, por su parte, mantiene intacta su lista de represalias: una tarifa del 34 % sobre todas las importaciones de EE. UU. si la Casa Blanca reactiva sanciones adicionales.
Venezuela observa de cerca. Aunque su comercio bilateral con China cayó 51 % interanual en marzo exportó apenas US$ 167 millones, Beijing sigue siendo el principal destino del crudo criollo, mientras Caracas importa maquinaria y tecnología médica del país asiático. Un enfriamiento prolongado entre las dos potencias podría reducir la demanda petrolera china y complicar aún más el flujo de divisas que sostiene al régimen bolivariano.
Al final, la “tregua exprés” revela el límite de la política de presión arancelaria sirve de ficha negociadora, pero encarece bienes intermedios, castiga al consumidor y obliga a recalibrar cadenas de suministro. Para América Latina particularmente para economías dependientes de materias primas como Venezuela, el respiro de tres meses no garantiza estabilidad: es apenas una pausa en un pulso geoeconómico donde ni Washington ni Pekín parecen dispuestos a ceder ventajas estructurales. El tablero global, mientras tanto, sigue moviéndose sin esperar a los aplausos que llegan desde Caracas.