Donald Trump retomó su artillería digital contra Harvard este fin de semana. En Truth Social el expresidente reclamó que la universidad “esconde” la procedencia de casi un tercio de su matrícula y se beneficia de fondos federales sin rendir cuentas, un reproche que refuerza la cruzada republicana contra los campus más liberales del país.
Según Infobae, Trump se quejó de que “casi el 31 %” de los estudiantes provienen de naciones que “ni son amigas de EE. UU. ni pagan un centavo por la educación de sus ciudadanos”. La institución, por su parte, cifra a sus alumnos internacionales en 27,2 % para el curso 2024-2025, es decir, 6 793 jóvenes de 151 países, la tercera proporción más alta en la Ivy League.
La discrepancia estadística no frenó la ofensiva oficial. A mediados de mayo el Departamento de Seguridad Nacional (DHS) bajo la dirección de Kristi Noem revocó la certificación que permite a Harvard matricular extranjeros y dejó en suspenso nuevos visados; los estudiantes ya inscritos tendrían que trasladarse o exponerse a la deportación.
La universidad demandó de inmediato y una jueza federal concedió una orden de restricción temporal que mantiene abiertas las puertas al menos por ahora mientras se dirime el pulso legal.
Detrás del cruce subyace un cálculo político y económico. Los 1,1 millones de alumnos extranjeros que estudian hoy en EE. UU. aportaron US$ 43 800 millones a la economía y sostienen 378 000 empleos, según NAFSA, cifra récord que supera incluso los niveles prepandemia. Harvard, con un patrimonio de US$ 53 200 millones el mayor del planeta académico, recibe cada año cerca de US$ 750 millones en becas de su propio fondo y otros US$ 6 000 millones en subvenciones federales para investigación.
Trump aprovecha ese contraste para acusar a la universidad de “pedirle al contribuyente lo que puede cubrir con su chequera”, pero calla un detalle las donaciones y las becas financiadas con la renta del endowment no son de libre disposición; 70 % están atadas a proyectos concretos. Sin ese respaldo externo, programas punteros de medicina, inteligencia artificial y cambio climático quedarían al filo del recorte.
Esta no es la primera vez que el expresidente amenaza con frenar visados. En 2020 la Casa Blanca de Trump intentó expulsar a los estudiantes cuya docencia pasara a modalidad-online por la pandemia; la medida duró ocho días antes de ser retirada tras demandas de Harvard y el MIT. El déjà-vu refuerza la sensación de que, más que seguridad nacional, la batalla apunta a sectores universitarios que suelen financiar y nutrir a candidatos demócratas.
Para los campus, el riesgo es doble perder talento global y alimentar la competencia de Canadá, el Reino Unido y Australia, donde los visados de estudio se tramitan con menos sobresaltos y políticas más predecibles. En la práctica, cada estudiante internacional sufraga con su matrícula una parte de las becas de sus pares estadounidenses; si se marchan, las universidades privadas tendrían que compensar el hueco con colegiaturas nacionales más altas o recortes de programas.
Harvard, que hasta ahora ha moderado sus declaraciones públicas, endurece el tono en las salas de audiencia: alega violación de la Primera Enmienda (libertad de expresión) y de la cláusula de debido proceso, además de un daño irreversible a su “misión de formar líderes globales”. El tribunal fijó para junio la vista principal; mientras tanto, los admitidos de otoño aguardan entre maletas selladas y correos ambiguos del consulado.
En su plataforma, Trump remató con un ultimátum “Queremos esos nombres y países. Harvard tiene dinero de sobra, déjense de mendigar”. El mensaje habla menos de números que de narrativa electoral colocar a las universidades en la diana de la “América primero” rinde aplausos en mítines. Falta por ver si los jueces comparten el mismo entusiasmo.